En época electoral los derechos se convierten en toda una gran posibilidad, incluso el cuento que nos cuentan, ese del Estado soñado donde los candidatos nos explican una y mil veces cómo van a erradicar el hambre, la pobreza, el trabajo infantil, cómo van a construir un país y una ciudad para las personas con discapacidad; incluso hasta cambian los tonos de la información.
Pero en ese cuento contando, pocas veces aparece el derecho a la comunicación y a la información. Cada vez es menos visible en los discursos electorales lo que piensan frente a la ley de comunicación, incluso la que se está tramitando por estos tiempos en el Senado. Y como para sumarle al desconocimiento, aún confunden comunicar con informar. ¡Qué tal!
Indiscutiblemente el derecho a la comunicación debe ser una acción constante que nos permita a todos los ciudadanos colombianos tener no solamente información, clara, sensata y oportuna, sino tener el derecho a la palabra, al consenso y al disenso de una sociedad que se gesta en la escucha activa de quienes tenemos algo para decir.
Y precisamente por eso no es posible que sigamos permitiéndonos como sociedad que nos informen a su amaño, o nos silencien cuando tenemos algo para decir. Se hace necesario democratizar tanto la palabra como los medios. Porque estos deberían ser sin dueños, sin sesgos políticos, sin manipulación.
Desde esta Esquina de Colombia hemos invitado a las organizaciones sociales, que son la base social de ésta radio comunitaria, para que nos escuchemos y construyamos juntos, no solo una agenda pública llena de deseos y necesidades para dejarla como legado al nuevo gobernante, sino una agenda cargada de reflexiones, esas que nos hacen caer en cuenta de cuántas veces hemos dejado de escuchar a nuestros vecinos o hemos dejado de escuchar el disenso porque nos incomoda, o simplemente hemos dejado de escuchar nuestras propias historias para darle paso al ruido ensordecedor de la información amañada de algunos medios de comunicación que atropellan nuestra dignidad, que nos cargan de odio o simplemente nos llevan a creernos parte de un país en el que ni siquiera nos nombran.