Aroma de esperanza

El sol tiñe de oro las hojas que quedan en el parque del municipio de Dabeiba. Mientras el aroma a cacao inunda el aire, una mujer se sumerge en una conversación que revela las cicatrices y las esperanzas de su comunidad. Entre el pasado y el presente, la historia de Dabeiba se entrelaza con la búsqueda de un futuro más luminoso.

Es lunes. Me levanto temprano y voy a caminar al parque. El sol apenas sube y el aire huele a cacao fresco, como todos los lunes cada 15 días, cuando los campesinos bajan de las veredas a vender sus cosechas. Es un olor que lo llena todo, pero no como el de las fábricas. Es un olor que a uno lo lleva a la finca, al lado de una buena taza de chocolate.

Me siento en una banca. Noto algo diferente. Ya no está la sombra de los árboles que tanto me gustaban de niña. Han desaparecido y con ellos se ha ido una parte de lo que hacía especial al parque. Siento una tristeza profunda, como la que uno siente cuando sabe que no verá más a alguien a quien le ha tenido cariño.

Mientras pienso, me doy cuenta de que no estoy sola. Doña Rita y doña Amparo están sentadas detrás de mí, conversando con calma. Me acerco a ellas, y sin pensarlo demasiado, les pregunto:

—¿Cómo ven el pueblo ahora, comparado con antes?

Doña Amparo me mira con esos ojos sabios que siempre lo han visto todo. Suspira.

—Antes había mucho miedo. Uno salía de la casa y no sabía si iba a llegar en la noche.

Le pido que me explique mejor.

— “Hace como 27 años, en Dabeiba, las cosas estaban muy mal. El pueblo lo manejaba un grupo paramilitar, y el jefe de ellos, un tal Escalera, tenía a todo el mundo amenazado. Eso fue muy duro para nosotros. Muchas familias tuvieron que dejar sus casas, sus tierras, por miedo a lo que pudiera pasar. Y si bajaban a alguien de la chiva, ya uno sabía que a esa persona no la volvía a ver más nunca. Así de grave era.

Después llegaron las FARC, y eso fue peor, porque entonces empezaron a pelear por el territorio. Nosotros quedamos en el medio de todo eso, sin tener pa’ dónde coger. Uno no podía confiar en nadie, ni de un lado ni del otro. En las noches había balaceras de parte y parte, y uno con el alma en un hilo, porque el miedo no lo dejaba a uno ni respirar en paz. Eran tiempos muy duros, mija”.

Hace una pausa. Después continúa, en un tono más suave.

— “Pues mire, mija, la cosa aquí ha cambiado. Sí, pero tampoco es que estemos del todo bien, porque problemas siempre hay, como en cualquier parte. Antes, con esos tiempos tan duros, uno vivía asustado, la verdad. No se podía andar tranquilo, siempre con ese miedo de que lo fueran a agarrar. Ahora, por lo menos, uno puede caminar sin sentir que lo están persiguiendo, ¿me entiende? Ya no estamos con ese susto todos los días, y eso ya es ganancia.

Con la montada de la Central de Cereza del Mango, de los proyectos PDET, también nos hemos ayudado un montón, porque ya no tenemos que estar secando el café en la casa, ni estar desgastándonos. Bueno, los muchachos, porque yo ya no hago mucho. Ahora solo es llevarlo a la central y ellos se encargan de todo. Eso nos ha quitado un montón de trabajo de encima y nos deja tiempo para otras cosas en la finca. No le voy a decir que ahora vivimos en la gloria, porque no es así. Pero sí se siente un respiro”.

Sigo escuchando en silencio.

— “El pasado de este pueblo es duro, pero en medio de todo hay como una esperanza, y aquí, eso ya es suficiente para seguir adelante”.

El sol comienza a ascender, pintando de dorado las copas de los árboles que aún quedan en el parque. Doña Amparo calla, dejando un silencio que resuena con la historia del pueblo. Miro hacia el horizonte, donde se dibuja Dabeiba, y siento una profunda conexión con esta tierra y las personas que la habitan.

Las palabras de doña Amparo me conmueven hasta lo más profundo. Su relato, tejido con hilos de esperanza y resiliencia, teje un tapiz que conecta el pasado con el presente. Habla de miedo, de violencia, pero también de la gente del pueblo para superar la adversidad y reconstruir.

Comprendo que los árboles talados no son solo una pérdida para el parque, sino un símbolo de los cambios que ha experimentado la comunidad. Y aunque la sombra de aquellos años oscuros aún se proyecta sobre ellos, la luz de la esperanza comienza a brillar con fuerza.

Al igual que los árboles, Dabeiba ha sido herido, pero la vida, tenaz y persistente, se abre paso entre las cicatrices. Y así como los nuevos brotes anuncian un futuro lleno de posibilidades, las palabras de doña Amparo me llenan de optimismo. Me despido de ellas con un nudo en la garganta, agradecida por conocer un pedazo de su historia. Mientras camino por el parque, me doy cuenta de que el aroma a cacao no solo es un recuerdo del pasado, sino también una promesa de un futuro mejor. Un futuro donde la esperanza, como una semilla sembrada en tierra fértil, continúa floreciendo.

Los PDET en Dabeiba

Reporteros comunitarios del municipio de Dabeiba

Edison Fernando Manco Echavarría

Kevin Hamilton Higuita Goez

Lina Yajaira Zapata Úsuga

Marisol Torres Úsuga

Rubén Estrada García

Emisora comunitaria La Mía Colombia

Por una comunicación para la paz

Este producto fue realizado con el apoyo del Fondo Multidonante de las Naciones Unidas para la paz en Colombia. Las opiniones y planteamientos expresados no reflejan, ni comprometen la posición del Fondo.

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