La metáfora del camino nos sirve para ilustrar las múltiples maneras que tenemos para encontrarnos con otros, para llegar a un destino. En Chigorodó los caminos de la paz son de muchas formas, nos llegan a través de una placa huella, de un restaurante escolar o de un acueducto veredal, de cualquier modo son rutas que nos llevan al mismo destino.

Son las nueve de la mañana, y dan ganas de volver a bañarse en nuestro río Guaduas. Al salir del parque Los Fundadores y cruzar el puente colgante, podemos dirigirnos hacia el Parque Educativo Río de Guaduas; el puente principal nos lleva también hacia la subasta ganadera. En el Chigorodó de hoy, contamos con un corregimiento y 35 barrios, muchos de ellos nuevos, ya que con el tiempo ha llegado más gente y también han retornado quienes se desplazaron forzosamente por el conflicto armado.

Recorriendo el pueblo, veo en el barrio El Bosque —el más poblado de todos— un mural con una inscripción que dice: “1995, agosto 12. Héctor Tascón Duque, Luis Alberto Guisao, Antonio Moreno, Julio Alfonso Ríos…”

Allí están los nombres de otras 14 personas que fueron víctimas de la masacre del Aracatazo, ordenada por Carlos Castaño Gil, jefe de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, y José Hebert Veloza, alias HH, quien dirigía el Bloque Bananero. Para ese entonces, nuestro río y nuestro territorio nos eran prohibidos.

Pero hoy, los ríos y los caminos vuelven a ser nuestros. Resultado, por un lado, de la persistencia y el liderazgo de hombres y mujeres que decidieron quedarse aquí, en su tierra, para hacer del futuro una realidad y no solo una posibilidad.  Y por otro, de la decisión institucional de hacer presencia, de garantizarnos los derechos. Siguiendo el ejemplo de nuestro río Guaduas, ahora en Chigorodó se puede recorrer las veredas, especialmente Las Guaguas y Tierra Santa, ya que a través de los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial -PDET-, dirigidos a los municipios más afectados por el conflicto armado, se pavimentaron cinco kilómetros de placa huella, con una inversión de 10 mil millones de pesos. Además, se mejoró la entrada al Instituto Agrícola y la vereda La Maporita.

En la vereda Tierra Santa, la placa huella ha mejorado no solo la movilidad de los habitantes, sino también la convivencia entre los vecinos. Nos cuenta doña Alicia Ángel Blandón, “tener esta placa huella aquí en nuestra comunidad ha sido maravilloso, porque antes había muchos conflictos entre vecinos por el desagüe de los charcos frente a cada parcela. Era complicado salir a trabajar. Ahora que el 80% de la vía principal está en placa huella, nos hemos unido más como vecinos y contribuido a su mantenimiento. Cada uno se compromete a mantener su espacio limpio”.

“Estamos muy felices. Saber que el lugar por donde uno pasa hoy es una placa huella nos hace olvidar los pasos pantanosos del pasado, que ahora son solo recuerdos”, comenta Nancy Guerra, integrante del Grupo Motor PDET en el municipio de Chigorodó.

Además de las placas huellas, hoy en el municipio de Chigorodó se desarrollan otras obras PDET como la construcción de sistemas de acueducto en la vereda Champitas y en las comunidades indígenas de Dojura y Saundó; cuatro aulas escolares en la institución educativa Nel Upegui; y un restaurante escolar en la vereda Peñitas, entre otros.

Uno de los proyectos ha sido en la vereda La Maporita, donde el mejoramiento del restaurante escolar no solo garantiza las condiciones educativas de niños y niñas, sino que además restaura la confianza de la comunidad en la institucionalidad. 

Restraurando Almas

Salir a recorrer nuestro municipio de Chigorodó nos permite reconocer sus transformaciones a través de obras, proyectos y programas que hoy muchos de sus pobladores disfrutan, gracias al esfuerzo y dedicación de líderes, hombres y mujeres que, de la mano de las instituciones, trabajan para dar solución a las problemáticas de las comunidades.

Reporteros comunitarios del municipio de Chigorodó