El reto: formar interlocutores
Como radios comunitarias, necesitamos ir del reconocimiento social a la negociación sobre lo público y la toma de decisiones.

Cuando hablamos de procesos de mediación no nos referimos únicamente a la producción y circulación de contenidos. Hablamos de formar interlocutores, ciudadanos para la palabra con sentido, la escucha activa y el diálogo. Hablamos de convertir nuestras radios en escenarios de encuentro, donde la información no sea solo un reflejo de la realidad, sino una herramienta para comprenderla, debatirla y transformarla colectivamente.

Y para lograrlo requerimos cambiar nuestras rutinas para la participación ciudadana.

Ir más allá del reconocimiento

Desde sus orígenes, la radio comunitaria ha tenidos entre sus principios fundamentales el fortalecimiento de la participación ciudadana desde lo local. Sin embargo, muchas veces este principio lo hemos ejercido desde un enfoque “tipo espejo”, es decir: los ciudadanos se ven, se leen y se escuchan; se identifican con la radio, no solo porque aborda sus temas de interés, en sus estéticas y lenguajes, sino también porque aparecen. Permitiendo el reconocimiento social en la construcción de la opinión pública; tan necesario y relevante, en un país de exclusiones como el nuestro.

No obstante, hoy necesitamos ir más allá del reconocimiento.

Requerimos formar interlocutores, ciudadanos capaces de hacerse preguntas sobre sus realidades, reflexionarlas, proponer alternativas y/o soluciones a los conflictos cotidianos existentes, ser capaces de generar acuerdos entre sí y con otros actores -entre estos las instituciones públicas y privadas.

Como radios comunitarias, necesitamos ir del reconocimiento social a la negociación sobre lo público y la toma de decisiones.

Transformar nuestras rutinas de participación

No basta con que los ciudadanos sean quienes propongan la agenda informativa y generen los contenidos, necesitamos fortalecer sus habilidades ciudadanas para llevar esas agendas a conversaciones públicas, donde dialoguen, interactúen y lleguen a acuerdos con otros actores sociales, con experiencias, percepciones y roles distintos.

También implica revisar cómo nos comprendemos a nosotros mismos. Dejar de pensarnos únicamente como canales de difusión, y reconocernos como escenarios de lo público, espacios donde se construyen discursos y significados comunes, donde se tramitan conflictos y se activa el ejercicio de derechos.

Y al hacerlo, nos convertimos en generadores de aprendizajes sociales, productores de procesos pedagógicos, que median entre las realidades del territorio y las posibilidades de su transformación.

Y esto a su vez, genera cambios en las rutinas de recepción de la información. Ya no se trata solo de que la audiencia consuma contenidos, sino de que se conecten con esas realidades, lo que nosotros llamamos movilizar, de generar reflexiones que desde lo cotidiano lleve a la acción.

No se trata solo de transmitir voces, sino de construir puentes para que esas voces se escuchen, dialoguen y acuerden lo común.

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